viernes, 25 de marzo de 2011

Tilas el día de la infamia


Todo empezó a las siete de la mañana. Miles de personas se disponían a trasladarse a sus lugares de destino. No obstante, los viajeros no sospechaban que ese día no lo olvidarían jamás. El 11 de marzo de 2004, el grupo terrorista Al-Qaeda se llevó por delante a 191 personas y dejó a más de 1.500 heridos. 

La masacre tuvo lugar en El Pozo del Tío Raimundo, Santa Eugenia y  la estación de Atocha. Esta última, por donde cada día pasan miles de personas, fue el lugar más afectado. Sus alrededores vivieron de forma más traumática el desarrollo de los hechos . El sector hostelero se vio afectado social y económicamente.

Muchos de los trabajadores del sector son, a su vez, vecinos de la zona, por lo que el daño moral es mayor. Mariano Mendoza, dueño del bar ‘El Caldero’, cuenta que, a pesar de haber abierto su establecimiento a las seis de la mañana, pocas horas después cerraron para ayudar “en lo posible” a los heridos. “La gente se implicó. Muchos vecinos tiraron mantas desde sus terrazas”.

La dueña del restaurante vegetariano ‘Mazorca’, cuyo nombre no quiere desvelar, prefiere no recordar lo sucedido. Cuenta que se enteró por un familiar mientras se dirigía a trabajar. “Tuve que dar toda la vuelta por El Retiro para poder llegar porque no me dejaron pasar. La calle estaba cortada”. La incertidumbre y el caos reinaron todo el día.

Los establecimientos colindantes jugaron un papel humano “intachable”, como recordó la Policía Nacional en el acto del quinto aniversario del 11M en Madrid. Los heridos y los familiares entraban en los bares preguntando por la gente desaparecida y pidiendo tranquilizantes y tilas. “La gente entraba para hablar desde la cabina, ya que las líneas de los móviles estaban colapsadas. Fue horrible”, afirma Rosa Fernández, dueña de la cafetería ‘Casalda’. Esta francesa, afincada en Madrid desde hace años, recuerda los días posteriores:  “un día alguien se dejó un saco militar. Llamé a la policía y resulta que era de un militar que se lo había olvidado en la barra”. 

Lo peor llegó al día siguiente. Todos coinciden en un mismo factor: se respiraba un ambiente distinto, pesado. “La gente seguía viniendo como cada día a tomar su café, pero no se quedaban a charlar como otras veces. Incluso ni se sentaban”, cuenta la camarera de ‘Café-Café’, Macarena Cebrero. Las trabajadoras de este local, por encontrarse dentro de la estación madrileña, vivieron la infamia de aquel día con mayor carga emocional. Tras las explosiones pudieron ver a gente subir las escaleras “como robots, en estado de shock”, hasta que la policía, después de la segunda bomba, desalojó Atocha. “No pudimos coger nada, ni ropa, ni móvil, ni tan siquiera las llaves”.

La mayoría destaca que los días posteriores a los atentados hubo poca presencia de población árabe en la estación. De hecho, se pudo apreciar cierto grado de islamofobia. Macarena Cebrero cuenta: “Tres chicos marroquíes habituales estuvieron varios días sin venir. Incluso, vi cómo la policía registraba la mochila de gente árabe, yo creo que sin más”.

En las fechas siguientes al fatídico día se podía notar en los andenes la ausencia de bullicio. Durante esos días, la gente iba en silencio por la calle y, más aún, en los trenes. Se respiraba miedo en los vagones, mientras la desconfianza crecía. Todos parecían sospechosos. “Cuando alguien llevaba una mochila, ten por seguro que todo el mundo le miraba”, dice Macarena.

Los vigilantes de la estación fueron los primeros en acudir al lugar de la explosión. Lo que vieron al llegar allí era indescriptible. Algunos de ellos aún no han podido volver a su puesto de trabajo, sufren pesadillas y el temor que sienten cuando se acercan a la estación es enorme. Además, a algunos de  los trabajadores les dieron la posibilidad de no asistir al trabajo si veían que no podían. Charo, del bar Café-Café, relata que no fue al día siguiente: “Me sentí indispuesta”.

Los atentados provocaron grandes desperfectos en las viviendas cercanas a las vías. Francisco José Delgado, periodista de la Cadena SER, afirma que “parte de los trenes se empotraron en algunas viviendas”. Los bares, sin embargo, no padecieron grandes daños. El camarero del mítico bar madrileño ‘El Brillante’ cuenta: “notamos un temblor hasta tal punto que se movió la barra. Los cristales no llegaron a romperse porque son blindados”.
Restaurante 'El Brillante'

El día 11 será recordado por todos. Estuvieran lejos o cerca, cualquier persona sabe responder dónde estaba ese día. Años después, se sigue recordando con una ola de tristeza y, pese a que los años transcurren, jamás se olvidará la masacre en los andenes. No obstante, el tiempo se va comiendo, poco a poco, el recuerdo y, cada vez son menos los reportajes u actos en conmemoración de las víctimas y de sus familiares que, muy a su pesar, se convirtieron en pequeños héroes de esta barbarie. M. Rodríguez, camarera del `Café-Café narra: “Esos días la estación se llenó de velas. Incluso, nos costaba mucho salir del bar porque la entrada estaba llena. Había mucho olor a velas que nos hacía recordar constantemente lo ocurrido”. Sentencia que, después de siete años, apenas hay gente que deja una vela a sus familias.

El sector hostelero de la zona, sea poniendo tilas durante esa mañana o ayudando, como todos relatan “en lo posible”, actuó de manera ejemplar ante la barbarie que nadie olvidará.

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René Pérez
Verónica Nataly Saldaña
Raquel Vargas
Paloma Viudes

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